2.12.08

El Anaconda I

Si alguien odia Lima y su gris y sus combis y blah blah debe ser porque no tiene barrio. Cómo no vas a querer vivir en mi cuadra, compare, si una noche de lectura de identidades y performativity y redes sociales y otra vez blah blah puede convertirse en una intempestiva visita al Anaconda.

Sólo basta tener la ventana abierta, además que te airea mientras lees. Tus patas están en la calle hueveando, hablando de que Alianza está condenada a la baja, las cajas de chelas de la casa del vecino tombo se arrastran por la calle, en fin, un sábado cualquiera. Alguno de mis patas se ve en la necesidad de probarnos que ha crecido y que está pisando otras canchas, una conversación cualquiera, entre gallos con la cresta a medio crecer. La gente se empila y porque son mis patas, maldita sea, por ese simple accidente geográfico, silban a mi ventana.

Recojo mi cabeza casi enterrada en el artículo ese sobre el género, el sexo, las construcciones sociales blah blah y la saco para ver qué hay. Ojalá que haya algo y si no, igual salgo. Me hacen señas y bajo, así nomás sin mirarme en el espejo ni nada. Llevo unos cuantos soles para ponerme una, claro está. Pero los muchachos tienen otros planes. No, hoy no nos sentaremos en el barrio a performar nuestra identidad de jóvenes callejeros, proto-machos consumidores de las discotecas del coño norte.

Esta noche vamos a un hueco que conozco y acá mi primo seguro también conoce. Hago la finta que sí conozco para no desentonar. Esta noche la cresta nos crecerá un par de centímetros. Uno de los nuestros propone el Anaconda y allá vamos. Mientras tanto, este sujeto posmoderno saca de su cajita de zapatos algunas de sus múltiples identidades y se pregunta: ¿quién seré hoy?

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